La educación entorno al desarrollo humano, basado en la meritocracia y pruebas de conocimiento. Es la consiga con la que se creó la reforma en el sistema educativo, y que ha generado múltiples debates en torno a ella. Y es un sistema que aplica a todos los miembros que forman parte del engranaje educativo –docentes universitarios, de educación básica y básica superior, parvularios, alumnos en general, e incluso, los centros educativos en sí-. En primera instancia, es un proceso más complejo que los anteriores, pero sin duda alguna muchísimo mejor y más justo. En Ecuador, en años pasados, existían cientos de universidades, escuelas y colegios que personalmente denominaba como ‘tachos’: eran esos sitios en donde cualquiera que tuviese dinero podía entrar, sin importar si eran aptos o no, y acogían a cualquiera con la condición de que pudiese costear sus servicios. Todos se graduaban, todos tenían buenas notas. Y por supuesto, muchos de ellos gozaban de prestigio, así que sus ineptos y felices graduados contaban de una plaza asegurada en cualquier puesto de trabajo, porque una universidad, escuela o colegio caros equivalían a buenos. Entonces se creó la Secretaria Nacional de Educación Superior, Ciencia, Tecnología e Innovación, SENESCYT, y toda esta nueva forma de ver a la educación. Las personas que se consideraban poco aptas para ‘buenos trabajos’ y optaban por la docencia, ya no lo hacían más; ahora cualquier aspirante a docente debe pasar por un proceso riguroso de evaluación, y demostrar que es apto para ocupar caro. Y como mencioné, la reforma nos atañe a todos, los alumnos también debemos pasar por pruebas de filtración, selección y mérito, para demostrar que merecemos, en primera instancia, ser bachilleres de la república, y posteriormente, que merecemos obtener una plaza universitaria. Considero a la reforma educativa, que tiene una fuerte conexión con los derechos del Sumak Kawsay, como una de las mejores obras que tuvo el gobierno de Rafael Correa. Es justa y es necesaria.